Cuando las palabras sobran, el corazón habla

“Contracciones de amor van y vienen de ti por dentro y por fuera de repente los latidos se aceleran”

La primera vez que escuché esta canción con ella estábamos en aquella habitación pequeña donde te visitan los hombres de bata blanca. Tumbada sobre la cama, le ofrecí uno de mis auriculares para compartir, lo que en ese momento yo pensaba que era, una preciosa canción de amor.

Normalmente ella nunca escucha las letras de las canciones. Se queda con las melodías y no presta demasiada atención. Pero aquel día, después de la primera estrofa, agarró mi mano con fuerza y pude sentir los latidos de su corazón.

Tres, cuatro minutos estrechadas las dos en una misma pulsación, en silencio, con nuestros ojos empapados en emoción; los suyos por la letra y los míos por los suyos.

–          ¿Te gusta mama?- le pregunté cuando la canción tímidamente terminó para dar paso al silencio que me atreví a romper. ¿Es una bonita historia de amor entre un chico y una chica verdad?

–          Si hija, es una gran historia de amor, pero no entre una pareja sino entre una madre y su bebe, que algún día entenderás que es el amor más grande e incondicional que existe.

Yo era demasiado pequeña. Caminaba por esa tierna edad en la que empiezas a pensar en los chicos pero no en los bebes. El estomago se me encogió y comprendí de pronto toda la letra de la canción, esa que tantas veces había escuchado sin atenderla o sin entenderla. Nuestras manos seguían agarradas y me di cuenta de que siempre lo habían estado. Esa persona absolutamente fiel que me había dado la vida había hecho mucho más: cuidarme. Me había enseñado a hablar, a caminar, a pensar… y sin darme cuenta, poco a poco, me estaba enseñando a luchar, a soñar, a sonreír incluso cuando apetecía llorar, a ser adulta siendo niña, a no perder nunca la inocencia, a equivocarme… en definitiva, esa mujer, que todavía estrechaba con fuerza mi mano, me estaba enseñando a vivir.

Los años han ido pasado y la complicidad, el cariño, los consejos, los abrazos, los apoyos, los te quiero, los “tu puedes”, la confianza y el amor han sido la columna vertebral de una relación que cada día crece.

Todo, absolutamente todo lo que pueda decir hoy de mi madre, queda corto. Queda lejos. Queda escaso. Queda absurdo, al lado de lo maravillosa que es. Sé que todos decimos que tenemos “la mejor madre del mundo”. Todos o casi todos. Lo siento por aquellos que no lo piensen y lo celebro por quienes sí la tengan. En cualquier caso, no porque ayer fuera su día sino porque lo son todos y cada uno de los días desde que me llevaba en su tripa y me ponía música clásica, desde que me acariciaba a través de su barriga, desde que me pusieron por primera vez en sus brazos y sentí ese calor que jamás ha desaparecido. Conocer a mi madre y compartir la vida con ella es un privilegio que agradezco cada día. No sé si fue azar, el destino o suerte. Sólo sé que no elegimos donde nacemos pero sí elegimos dónde vivimos. La familia de sangre no se escoge. Pero si me preguntas, te diré, que ni soñándolo un millón de años habría sido capaz de elegir mejor a las personas con las que tengo la enorme suerte de compartir mi vida.

Poco más que darte las gracias, mama. Ojala algún día yo sea para mi hija la mitad de lo que tú significas para mí.

Por mi madre, por la tuya y por todas las madres del mundo, alzo mi voz y mis pensamientos para agradecer su valentía, su esfuerzo y sacrificio, su amor incondicional y su dedicación.

Cuando las palabras sobran, el corazón habla.