Una baldosa más

Todos unidos

Todos unidos

“caminante no hay camino, se hace camino al andar”

Qué importante es entender que la vida es el camino y no a dónde queremos llegar. La meta es el final. Y por supuesto que mirar atrás y ver el recorrido debe producirnos orgullo y alegría, pero… no olvidar que la vida es el camino.

Érase una vez…

Una chica que encontró su camino y se atrevió a caminar. Así narra cómo comenzó todo.

Volver a esos pasillos. Ese olor. Ese ambiente de inocencia, sueños y vergüenzas. Retroceder 10 años y ser perfectamente consciente de lo que tu mente albergaba hace tantas primaveras, cuando aún los sueños superaban las obligaciones y las vergüenzas paralizaban las iniciativas. “Juventud, divino tesoro”. Así cantaba mi abuela, así cantan todas las abuelas con cierta nostalgia en sus palabras y ese inconfundible brillo de emoción en sus ojos.

Abro la puerta y ya están sentados. Me miran fijamente casi como a una autoridad cuando no hace mucho yo estaba sentada exactamente en el mismo sitio que ellos, con las mismas dudas, con las mismas ganas. Y yo sólo quiero transmitirles lo que ahora sé y antes ignoraba. Sólo quiero ayudarles a pensar, compartir y defender sus opiniones. A debatir. A prepararse para la vida que aún creen de color de rosa. Pero, me pregunto, si les enseñamos todos los trucos, ¿dónde quedan las maravillosas equivocaciones con las que se crece? He oído muchas veces la frase de “si pudiera volver atrás sabiendo lo que ahora sé”… ¿qué harías?, te pregunto. ¿Qué harías sin un día te levantas con 16 años pero con las experiencias y vivencias de alguien de 40?, ¿No es bastante absurdo? Nos pasamos la vida queriendo tener la edad que no tenemos, queriendo saber más, ser más jóvenes, más mayores, más de todo lo que no somos y no nos damos cuenta de que algún día querremos volver a ser lo que somos hoy y no valoramos.

Nos presentamos. Pasaremos con ellos unas semanas y para romper el hielo les decimos que nada de lo que hablemos entra en el examen. Se relajan. Algunos sonríen. Otros, tímidos, miran al cuaderno. Aún necesitamos tiempo de conquista. Sin embargo, para nuestra sorpresa, responden muy bien a nuestras preguntas y de pronto se genera algo mágico. Compartimos una hora de debate y me parece un regalo conocer sus pensamientos, viajar por sus inquietudes y sus deseos pero, sobre todo, ver como algunos defienden lo indefendible, otros alzan la voz y algunos brillan con esa luz característica de un futuro líder. Lo mejor es que no tienen miedo. Son pequeños adultos aún sin responsabilidades grandes pero con la gran carga a sus espaldas de “tener que elegir bien para forjar su futuro”. Recuerdo esa losa y pesaba mucho.

El tiempo vuela como lo hace cuando estás bien. Y las mariposas de satisfacción aparecen en el estómago. La sensación del trabajo bien hecho y de ayudar a los demás dando lo mejor de uno mismo aflora por todos los poros del cuerpo mientras una sonrisa imborrable me acompaña el resto del día. Y todo gracias a ellos.

Hace mucho tiempo, casi ni recuerdo cuando empecé a sentir esto, que sé que quiero dedicar mi vida a trabajar con personas, para las personas y por las personas. Me gusta la gente. Me gusta ayudar y dar lo mejor de mí para conseguir que otros avancen porque en su camino me ayudan a forjar el mío.

Es difícil describir el conjunto de sensaciones que tengo cuando hago teatro, cuando escribo, cuando escucho a alguien y me pide consejo, cuando estoy con los chicos en el curso que os acabo de describir de voluntariado, cuando me rodean niños pequeños con ganas de pasarlo bien… todas estas actividades ayudan a mantener el corazón vivo, a enfriar la cabeza y alejarla de la rutina, a encontrarte contigo misma a través de los demás y de sus miradas y sonrisas. No sé si sabéis de lo que os hablo”.

Hay momentos en la vida en los que uno cree ver las baldosas del camino que parecía difuso. Por fin un día te levantas y dices: “es esto lo que quiero”. Da igual que ese momento llegue con 18 años, 30 o 70. Lo importante es que llegue y que cuando lo haga no te paralice el miedo. Porque tener miedo no es malo, a veces dicen los psicólogos que es hasta sano, prudente. Sin embargo, el miedo que impide alcanzar los sueños es el mayor enemigo.

Es difícil. Y si lo digo es porque lo sé. Cambiar, reinventarse, volver a empezar, enfrentarse a los “deberías” y anteponer los “me encantaría” en esta sociedad en la que la “titulitis” está a la orden del día, en la que se nos enseña a buscar la estabilidad, el trabajo “para siempre”, la familia perfecta y la casa con valla blanca. Y a veces nos olvidamos de la aventura, del riesgo, de la adrenalina, de la pasión y de todo lo que se aprende de los errores y los fracasos, que no son otra cosa que el impulso que necesitamos para alcanzar nuestros sueños. Que ¡ojo!, la familia perfecta y la casa con valla blanca son sueños maravillosos, lícitos y que es posible que hasta yo misma comparta. Pero no hablo de eso. Porque eso es la meta. Hablo del camino para llegar a conseguir todo eso.

Creo que SÍ SE PUEDE. Cuesta, pero se puede. Os invito a reflexionar si tenéis lo que queréis. Si conseguisteis los que soñabais. Si os despertáis cada día con ilusión por estrujar las horas venideras. Y si no lleváis demasiados años diciendo “mañana lo hago, algún lo intento, ahora no es el momento”. No hay momentos buenos cuando la situación de confort es muy buena.
Sin sonar pretenciosa, ambiciosa o ilusa, os diré que me siento feliz por haber encontrado lo que me hace feliz y es algo tan sencillo como ayudar a los demás, trabajar con personas y aportar lo que tengo y lo que soy para mejorar, en la medida de mis posibilidades, otras vidas. Creo que nunca me faltaran momentos de satisfacción porque el mundo está lleno de gente. Hoy alzo la copa por todos los que empezamos a ver las baldosas del camino. Y brindo por los que aún no las ven pero luchan por hacerlo. Algún día, aparecen. Lo importante es seguir caminando.

camino

No sabía qué ponerme, y me puse feliz

En esos días en los que te levantas tarde, abres el armario y nada te motiva, el sueño en forma de legañas te acompañan hasta que el agua fría del lavabo toca tu rostro y te devuelve a la dura realidad de que son las 6 de la mañana y el día te espera.

Sales corriendo de casa con dos galletas en la mano, la tartera, el bolso, el paraguas, el abrigo y la bufanda. Los tacones suenan con fuerza mientras bajas la escalera que todavía duerme. La calle fría, el suelo mojado y los edificios silenciosos te llevan hasta la parada del autobús, donde otras almas, aún medio dormidas, esperan a las 8:52 para subirse al transporte que les acercará a sus destinos.

En los minutos siguientes se suceden alguna que otra cabezada inevitable y momentos compartidos con extraños que día a día se van haciendo familiares. La mujer de pelo rubio y liso que viste elegante su abrigo de piel negro, las dos chicas jóvenes con bolsos grandes que siempre llegan juntas y hablan poco, la chica rubia que se escribe por el móvil con un tal “Alberto” y sonríe como cuando teníamos 15 años y el chico que nos gustaba nos enviaba un mensaje… me gusta viajar con ellos y, entre cabezada y cabezada, imaginar sus mundos, sus aventuras, sus destinos, sus alegrías… algunos días echo de menos a gente y entonces pienso “ se habrá dormido o estará enfermo”. Me pregunto si se darán cuenta de mi ausencia el día que yo no vaya. Quién sabe, a lo mejor sí y en ese momento ya formaré parte de esa pequeña “familia” de viaje para otro persona… Pero eso forma parte de la historia de otra persona.

Hay días normales en los que parece que no ocurre nada extraordinario, más que viajar durante una hora para llegar a mi destino: “Próxima estación, Santiago Bernabéu”.  Sin embargo, algunos días, quizás en los que estoy más atenta o con la imaginación más despierta, ocurren cosas maravillosas como esta…

Erase una vez…

Erase una vez una chica que apoyaba su cabeza en el cristal de un vagón de metro dirección Vicálvaro. Era viernes por la tarde y, cansada de toda la semana, le otorgaba a sus párpados la tregua de cerrarse de vez en cuando. Ajena a lo que ocurría a su alrededor estaba perdiéndose, sin saberlo, lo que vería a continuación.

Levantó la mirada como si una fuerza exterior se lo pidiera y allí estaban esas manos. Dos ancianas manos arrugadas con sus dedos entrelazados. Las manos de ella, blanquecinas y con un anillo, mostraban su avanzada edad y su estado civil. Las manos de él, gruesas y algo escamadas por el frío dejaban imaginar años de trabajo realizados con ellas.  Tanta pasión y sentimiento anidaba en sus caricias que la chica subió su mirada para encontrarse con las de aquellos extraños, que en un instante ya le resultaban “familiares”. Los azulados ojos de la anciana miraron a la muchacha que atónita apenas respiraba por no perturbar el momento que estaba viviendo. Él miraba a su esposa con la devoción que los griegos contemplaban a sus dioses. Ella acariciaba la cara de su marido con la suavidad y la ternura que se acaricia algo que no se quiere romper. Se miraban desde dentro, profundamente, como si en ese mismo instante pudiera acabar todo o empezar de nuevo. Se miraban como muchas parejas dejan de mirarse. Se miraban de verdad.

Y en ese preciso instante, la chica se dio cuenta de algo que todos sabemos pero que a veces olvidamos: el tiempo pasa para todos. La vitalidad e ingenuidad que tenemos por ser jóvenes se cambiará algún día por la experiencia de lo vivido. Y ahí está la gran pregunta: “¿cómo quiero vivir mi vida y qué quiero recordar cuando algún día, anciana y arrugada por la experiencia, eché la vista atrás?”

Durante unos segundos siguió contemplando la escena de amor que el destino la había regalado y sus ojos comenzaron a ponerse vidriosos. Todavía hoy no sabe porqué ocurrió eso. Sólo sabe que no importa no saber qué ponerse cada día porque lo único que realmente merece la pena es “ponerse feliz”. Lo único que de verdad importa es con quién llegues a la última estación y quién agarre tus manos con ternura.

Os dejo un poema del gran Jorge Luis Borges para empezar bien la semana, aferrándonos a la vida con uñas y dientes y, anteponiendo a todo, nuestra felicidad.

Ponte Féliz

Ponte Féliz

Atención! Esta es la magía de Internet y de los blogs… que están vivos! No son textos estáticos sino que entre todos podemos construirlos… después de publicar esta entrada me llegó un mensaje muy especial con una foto. Para mi ha sido un gran regalo y como me han dado permiso para publicarla, aquí la tenéis. Es un pequeño homenaje a dos personas especiales que llegaron juntos y de la mano a la última estación. Dos personas que se amaron, compartieron y educaron a una familia que quiero y admiro.

Si te ha pasado algo leyendo estas líneas y quieres compartirlo, sería un gran placer conocer tu historia.

Manos especiales

Manos especiales